domingo, 20 de outubro de 2013

Cartas de Amarna

La escritura apareció en el Antiguo Egipto entre 3300 y 3100 a. C. Los primeros signos tomaron forma de imágenes de la vida real. Estos signos que hoy en día llamamos “jeroglíficos”, tomado del griego como sagradas escrituras, y quienes a su vez lo habían capturado muy probablemente del término egipcio medu necher, algo así como “palabras de los dioses”. Se creía que los signos en sí mismos poseían propiedades mágicas y divinas, su asociación con el culto fue inmediato. Asimismo, con el transcurso del tiempo, cuando el contexto no requería una escritura formal, comenzó a aparecer otra forma de escritura: la escritura “hierática”. Dentro de la sociedad egipcia, sólo los componentes de la nobleza, el clero y el centro burocrático del estado egipcio conocían la escritura. Dentro de este sector se forjó una clase social que, con el transcurso del tiempo, se convirtió en una verdadera casta: los escribas. Ya un siglo antes del alzamiento al poder del faraón Ajenatón, los reyes del Imperio Nuevo habían llevado las fronteras del reino hacia el sur, algo más de mil trecientos kilómetros dentro de Nubia, apoderándose y manteniendo el control de las ricas minas de oro, metal que les proveería para comprar suficientes recursos junto con el suministro necesario de hombres para el reclutamiento de los ejércitos. Hacia el norte, el imperio había sometido a los pequeños gobernantes desde Palestina hasta el norte de Siria, llegado casi a las orillas del Éufrates. Estas cartas consisten en tablillas cuneiformes, escritas en su mayoría en acadio, lengua diplomática internacional para este periodo. Fueron descubiertas por egipcios de la zona alrededor de 1887, durante excavaciones clandestinas realizadas en la ciudad en ruinas (originalmente fueron almacenadas en un antiguo edificio que los arqueólogos han llamado desde entonces la Oficina de correspondencia del faraón) y vendidas en el mercado de antigüedades. Una vez determinado el lugar del hallazgo, las ruinas fueron exploradas en busca de más. El primer arqueólogo que excavó con éxito fue William Flinders Petrie en 1891-92, el cual encontró 21 fragmentos. Émile Chassinat, entonces director del French Institute for Oriental Archaeology en El Cairo, adquirió dos tablillas más en 1903. Desde la edición de la correspondencia de Amarna, Die El-Amarna Tafeln, en dos tomos (1907 y 1915), por el asiriólogo noruego Jørgen Alexander Knudtzon, otras 24 tablillas, o fragmentos de tablillas han sido encontradas, bien en Egipto, o identificadas en las colecciones de varios museos. Las tablillas originalmente recuperadas por egipcios de la zona han estado dispersas entre museos de El Cairo, Europa y los Estados Unidos: 202 o 203 están en el Vorderasiatischen Museum en Berlín; 49 o 50 en el Museo Egipcio de El Cairo; siete en el Louvre; tres en el Museo de Moscú; y una está actualmente en la colección del Oriental Institute en Chicago. El archivo completo, que también incluye correspondencia del reinado precedente, de Amenhotep III, contenía más de trescientas cartas diplomáticas; el resto es una miscelánea de materiales literarios o educativos. Estas tablillas arrojaron mucha luz sobre las relaciones de Egipto con Babilonia, Asiria, Mitani, los Hititas, Siria, Canaán y Alashiya (Chipre). Son importantes para establecer tanto la historia como la cronología del periodo. En sí, el periodo que abarca la correspondencia comprende los reinados de Amenhotep III, Ajenatón, Semenejkara, Tutanjamón (Tutankamon) y probablemente Ay. La traducción de las cartas ha resultado ser muy dificultosa debido a que los escribas de la cancillería egipcia usaban una lengua que no les era propia, sino enseñada, derivado del viejo babilónico modificado con innovaciones canáneas, más aún cuando las enseñanzas pasaban de generación en generación de escribas egipcios; siendo este método muy proclive a deformación.

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